Esta conciencia que me rodeó
en toda mi vida,
como halo, aurora, atmósfera de mí,
se me ha metido ahora dentro.
Ahora el halo es de dentro
y ahora es mi cuerpo centro
visible de mi mismo: soy, visible,
cuerpo maduro de este halo,
lo mismo que la fruta, que fue flor
de ella misma, es ahora la fruta de mi flor.
La fruta de mi flor soy, hoy, por ti,
dios deseado y deseante,
siempre verde, florido, fruteado,
y dorado y nevado, y verdecido
otra vez (estación total toda en un punto).
sin más tiempo ni espacio
que el de mi pecho, esta
mi cabeza sentida palpitante,
toda cuerpo, alma míos
(con la semilla siempre
del más antiguo corazón).
Dios, ya soy la envoltura de mi centro,
de ti dentro.
en toda mi vida,
como halo, aurora, atmósfera de mí,
se me ha metido ahora dentro.
Ahora el halo es de dentro
y ahora es mi cuerpo centro
visible de mi mismo: soy, visible,
cuerpo maduro de este halo,
lo mismo que la fruta, que fue flor
de ella misma, es ahora la fruta de mi flor.
La fruta de mi flor soy, hoy, por ti,
dios deseado y deseante,
siempre verde, florido, fruteado,
y dorado y nevado, y verdecido
otra vez (estación total toda en un punto).
sin más tiempo ni espacio
que el de mi pecho, esta
mi cabeza sentida palpitante,
toda cuerpo, alma míos
(con la semilla siempre
del más antiguo corazón).
Dios, ya soy la envoltura de mi centro,
de ti dentro.
RESUMEN
El poeta nos dice que se ha pasado su vida buscando fuera de sí mismo
algo que ahora ha encontrado dentro. Igual que la fruta ha nacido de la flor,
su conciencia de totalidad, de divinidad, ha nacido de sí mismo.
TEMA
El estado de eternidad hallado dentro de sí por el poeta.
ORGANIZACIÓN DE IDEAS
Todo el poema constituye una unidad; sin embargo, en los cuatro
primeros versos Juan Ramón plantea ya el tema; en los versos siguientes, hasta
el 21, glosa o desarrolla la idea y los dos últimos constituyen una especie de
colofón.
COMENTARIO
Comienza el poeta con un título sorprendente, ya que la metáfora usada
para referirse a sí mismo sería propia de un árbol; la entenderemos a medida
que vayamos leyendo.
Juan Ramón afirma que toda su vida ha estado persiguiendo fuera de su
propia persona su conciencia deseante que, en principio, no es más que un halo,
un aura o una atmósfera, es decir, algo que lo envuelve, lo rodea y que ahora
se ha metido dentro de él mismo.
A continuación insiste en que, puesto que ese halo ha dejado de serlo,
ya que se ha metido dentro, ahora su cuerpo se ha convertido en su propio
centro; este hecho se debe a la madurez (soy cuerpo maduro de este halo), por
eso se identifica con la fruta del árbol, que no es sino la flor madurada.
Ese estado de plenitud lo ha conseguido gracias a ese dios deseado y
deseante, es decir, gracias a esa conciencia de búsqueda, de anhelo
(deseado) que parece haber hallado
dentro él y que ha pasado a ser deseante, inmanente. Ese estado lo identifica
con las diferentes manifestaciones del árbol a través de las distintas
estaciones (verde, florido, fruteado…), por eso el inciso, estación total, es
decir, la suma de todas las estaciones, la eternidad. Obsérvese la paradoja: la
totalidad está en un punto, dentro de él. Si anulamos el tiempo y el espacio o
mejor, si lo metemos en el pecho,
naturalmente la eternidad estaría dentro.
Se refiere ahora a su cuerpo, a su pecho, a su cabeza (parte material),
a su alma, a su corazón (parte más espiritual – en el corazón situamos los
sentimientos-), es decir, a la totalidad de su ser. Todo él experimenta esa
sensación de plenitud, por eso el poeta culmina diciendo que lo que tiene
dentro de sí es Dios, puesto que así se siente.
El poema está escrito en verso
libre, predominante en su obra a
partir de Diario de un poeta recién casado.
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