martes, 12 de febrero de 2019

Comentario de "La fruta de mi flor", de Juan Ramón Jiménez




Esta conciencia que me rodeó
en toda mi vida,
como halo, aurora, atmósfera de mí,
se me ha metido ahora dentro.

Ahora el halo es de dentro
y ahora es mi cuerpo centro
visible de mi mismo: soy, visible,
cuerpo maduro de este halo,
lo mismo que la fruta, que fue flor
de ella misma, es ahora la fruta de mi flor.

La fruta de mi flor soy, hoy, por ti,
dios deseado y deseante,
siempre verde, florido, fruteado,
y dorado y nevado, y verdecido
otra vez (estación total toda en un punto).
sin más tiempo ni espacio
que el de mi pecho, esta
mi cabeza sentida palpitante,
toda cuerpo, alma míos
(con la semilla siempre
del más antiguo corazón).

Dios, ya soy la envoltura de mi centro,
de ti dentro.



LA FRUTA DE MI FLOR


RESUMEN

El poeta nos dice que se ha pasado su vida buscando fuera de sí mismo algo que ahora ha encontrado dentro. Igual que la fruta ha nacido de la flor, su conciencia de totalidad, de divinidad, ha nacido de sí mismo.

TEMA

El estado de eternidad hallado dentro de sí por el poeta.

ORGANIZACIÓN DE IDEAS
Todo el poema constituye una unidad; sin embargo, en los cuatro primeros versos Juan Ramón plantea ya el tema; en los versos siguientes, hasta el 21, glosa o desarrolla la idea y los dos últimos constituyen una especie de colofón.   

COMENTARIO

Comienza el poeta con un título sorprendente, ya que la metáfora usada para referirse a sí mismo sería propia de un árbol; la entenderemos a medida que vayamos leyendo.
Juan Ramón afirma que toda su vida ha estado persiguiendo fuera de su propia persona su conciencia deseante que, en principio, no es más que un halo, un aura o una atmósfera, es decir, algo que lo envuelve, lo rodea y que ahora se ha metido dentro de él mismo.
A continuación insiste en que, puesto que ese halo ha dejado de serlo, ya que se ha metido dentro, ahora su cuerpo se ha convertido en su propio centro; este hecho se debe a la madurez (soy cuerpo maduro de este halo), por eso se identifica con la fruta del árbol, que no es sino la flor madurada.
Ese estado de plenitud lo ha conseguido gracias a ese dios deseado y deseante, es decir, gracias a esa conciencia de búsqueda, de anhelo (deseado)  que parece haber hallado dentro él y que ha pasado a ser deseante, inmanente. Ese estado lo identifica con las diferentes manifestaciones del árbol a través de las distintas estaciones (verde, florido, fruteado…), por eso el inciso, estación total, es decir, la suma de todas las estaciones, la eternidad. Obsérvese la paradoja: la totalidad está en un punto, dentro de él. Si anulamos el tiempo y el espacio o mejor, si  lo metemos en el pecho, naturalmente la eternidad estaría dentro.
Se refiere ahora a su cuerpo, a su pecho, a su cabeza (parte material), a su alma, a su corazón (parte más espiritual – en el corazón situamos los sentimientos-), es decir, a la totalidad de su ser. Todo él experimenta esa sensación de plenitud, por eso el poeta culmina diciendo que lo que tiene dentro de sí es Dios, puesto que así se siente.
El poema está escrito en verso  libre,  predominante en su obra a partir de Diario de un poeta recién casado.








Comentario de "El Otoñado", de Juan Ramón Jiménez






Estoy completo de naturaleza,
En plena tarde de áurea madurez,
Alto viento en lo verde traspasado.
Rico fruto  recóndito, contengo
Lo grande elemental en mí (la tierra,
El fuego, el agua, el aire) el infinito.

Chorreo luz: doro el lugar oscuro,
Trasmino olor: la sombra huele a dios,
Emano son: lo amplio es honda música,
Filtro sabor: la mole bebe mi alma,
Deleito el tacto de la soledad.

Soy tesoro supremo, desasido,
Con densa redondez de limpio iris,
Del seno de la acción. Y lo soy todo.
Lo todo que es el colmo de la nada,
El todo que se basta y es servido
De lo que todavía es ambición.



EL OTOÑADO

RESUMEN
El poeta se siente plenamente identificado con la naturaleza e igual que ella contiene dentro de sí la plenitud, la totalidad.

TEMA
El estado de plenitud conseguido por el poeta.

ESTRUCTURA
El poema se divide en tres estrofas; dos de ellas con el mismo número de versos y una, la central, con uno menos debido a que cada uno de ellos se  refiere a un sentido. Los versos son endecasílabos y no presentan rima, solo alguna asonancia.
En cuanto al contenido no presenta ninguna división, ya que en todo el poema el escritor nos habla de ese estado al que ha conseguido acceder.

COMENTARIO
El poeta empieza hablándonos de algo que nos resulta en principio extraño: se encuentra completo de naturaleza, es decir, se siente igual que ella en la madurez de su vida: “en plena tarde de áurea madurez”.
Como podemos observar J. Ramón se refiere a la tarde (madurez del día) y la califica positivamente de dorada, es decir, que para él esa etapa de la vida tiene connotaciones positivas.
El escritor se está identificando con el árbol que ha llegado a su madurez (su otoño) y ha conseguido dejar atrás su juventud, su inexperiencia, por eso dice “alto viento en lo verde traspasado”, asociando el verde con la juventud y con la falta de conocimiento. Igual que el árbol produce su fruto, él oculta dentro de sí el suyo: los elementales del universo, es decir, la totalidad, el infinito. Nótese la paradoja existente en “lo grande elemental”, paradoja que le sirve al autor para expresar cómo en lo sencillo está la totalidad.
En la segunda estrofa nos habla de la plenitud sensitiva que ha conseguido alcanzar. La luz sale de él y es capaz de llegar al lugar oscuro, como si fuera Dios o el propio cosmos. Los olores pasan a través de él y ello le hace identificarse con  un dios, con la propia naturaleza que exhala olor. Aquí J. R. J. recurre a la sinestesia , figura muy utilizada tanto por los modernistas como por el escritor (“la sombra huele a dios). Observemos que el poeta habla de dios con minúscula puesto que se está refiriendo al concepto personal que tiene de él, no al concepto religioso.
El sonido sale también de él: la totalidad (lo amplio) produce musicalidad. Esa misma idea de plenitud volvemos a encontrarla en el verso siguiente cuando dice “la mole bebe mi alma”, es decir, su alma está disuelta en la inmensidad de la mole, del universo. Nuevamente encontramos  una sinestesia en “deleito el tacto de la soledad”. A través de estos cinco versos paralelísticos, dedicados a cada uno de los sentidos, el poeta nos ha dejado claro que se encuentra en una plenitud total, se siente naturaleza, pero una naturaleza identificada también con dios, capaz de crearlo todo. Por eso, en la siguiente estrofa comienza diciendo que es “tesoro supremo”, no puede llegar a mayor plenitud.
 J. Ramón se siente libre de la acción, en un estado de arrobamiento místico. El arco iris y la redondez vuelven a connotar el estado de plenitud, de perfección alcanzada. Igual sucede con las paradojas que aparecen en los siguientes versos “el todo que es el colmo de la nada”, “el todo que se basta y es servido de lo que todavía es ambición”. Los contrarios todo /nada, todo/ambición expresan la totalidad.
Ahora comprendemos perfectamente el título del poema: el otoñado es la estación total, la plenitud a la que el poeta ha llegado y a la que alude el título del libro al que pertenece.  Es un neologismo creado por el poeta a partir del sustantivo otoño, estación que J. Ramón está identificando con la plenitud, con el estado de perfección al que  ha llegado, estado que le permite una integración en la naturaleza y una disolución en el cosmos.
En resumen, estamos ante un poema de la última etapa de J. Ramón, de la llamada época suficiente o verdadera. Podemos apreciar en él algunos rasgos modernistas que todavía persisten (el uso de la sinestesia, el otoño), pero pocos. La sencillez a la que ha llegado el autor, lejos del ornato modernista, sin embargo, no facilita la comprensión del poema, sino que al despojarlo de la adjetivación, de la sonoridad (sólo perceptible en “rico fruto recóndito) y de la proliferación de figuras retóricas (casi exclusivamente paralelismos y paradojas) el contenido se ha hecho más denso.
En cuanto a la métrica el poema se halla también distante del Modernismo inicial, versos libres con leves asonancias.



Comentario de "¿Quién pasará?", de Juan Ramón Jiménez





¿Quién pasará mientras duermo
por mi jardín? A mi alma
llegan en rayos de luna
voces henchidas de lágrimas.

         Muchas veces he mirado
desde el balcón, y las ramas
se han movido y por la fuente
he visto quimeras blancas.

         Y he bajado silencioso…
y por las finas acacias
he oído una risa, un nombre
lleno de amor y nostalgia.

         Y después, calma, silencio,
estrellas, brisa, fragancias…
la luna pálida y triste
dejando luz en el agua…

                                                       ¿QUIÉN PASARÁ…?


            RESUMEN
            El poeta se pregunta quién pasará por su jardín, quién pronuncia voces llenas de lágrimas; intentando descubrir ese misterio mira desde el balcón y ve fantasmas; baja y cree oír una risa que desaparece y sólo queda la luna pálida.                               
          TEMA
            La nostalgia de un amor perdido.

            ORGANIZACIÓN DE IDEAS
            El poema podemos dividirlo en tres partes. La primera se correspondería con la primera estrofa en  que el poeta se interroga acerca de la identidad  que vaga por el jardín. La segunda  ocuparía los ocho versos siguientes; aquí el yo poético nos narra las acciones que ha llevado a cabo para descubrir el misterio. En la tercera parte, que se correspondería con la última estrofa, ya nos habla de los elementos reales.

             COMENTARIO
            El poema consta de cuatro coplas. En cuanto a la métrica y a la rima no responde al Modernismo, pero en la temática podemos apreciar que sí. El propio título sugiere el misterio y el del libro al que pertenece  responde al gusto por la musicalidad (arias tristes) y al estado de melancolía o tristeza  tan propio de modernistas y románticos.
            Comienza con un elemento típico modernista: el jardín, asociado a las ensoñaciones del poeta, a su mundo interior. La ambientación  se corresponde con la herencia romántica del Modernismo: la noche, el rayo de luna, el llanto. Su alma dormida percibe ruidos de voces misteriosas que lloran;  probablemente el poeta perciba los ruidos de la noche, del viento, y los confunda, debido a su estado de ánimo, con voces llorosas.
             Una vez que el ruido le ha despertado, intrigado, intenta descubrir la identidad de la persona que lo produce. Ahora la sensación es visual, cree ver fantasmas (quimeras blancas)  entre las frondas, por la fuente, otro elemento característico del Modernismo.           
            La intriga aumenta y el poeta intenta descubrir al intruso, por eso baja en silencio. Ahora parece que Juan Ramón evoca algún amor perdido, como si la que anduviera por el jardín fuera una mujer que provocara en su recuerdo una imagen de felicidad pasada (un nombre lleno de amor y de nostalgia). De nuevo  ha vuelto a las sensaciones auditivas “he oído una risa y un nombre”, dice.
En la última estrofa queda patente la importancia de las sensaciones: auditivas (silencio), visuales (estrellas, la luna pálida y triste), táctiles (brisa), olfativas (fragancias). Versos muy modernistas, literatura de los sentidos. En la noche, ante el silencio y la contemplación de la luna y las estrellas el poeta se siente pleno de belleza. Por otro lado, la asociación entre este poema y  El rayo de luna, de Bécquer es inevitable, recordemos que en ella el protagonista persigue un ideal amoroso que no es sino el rayo de luna que se refleja en el estanque.
            El lenguaje utilizado por Juan Ramón es sencillo, está lejos de la exquisitez modernista. Siguiendo con esa misma línea de sencillez el uso de figuras retóricas, si bien abundante, es de gran simplicidad, destacan: la interrogación retórica inicial, el polisíndeton (y las ramas, y por la fuente; y he bajado y por las finas acacias: y después), la anáfora que se da en algunos de esos mismos versos que empiezan por la conjunción “y”, la personificación  (la luna pálida y triste), la enumeración asindética en la que no utiliza artículos (calma, silencio, estrellas, brisa, fragancias), el uso en tres ocasiones de los puntos suspensivos que producen un efecto sugerente en el lector y la metáfora en que identifica los rayos de luna con voces que lloran. 



jueves, 7 de febrero de 2019

Comentario de "Campos de Soria (VII)", de Antonio Machado





CAMPOS DE SORIA ( PARTE VII).
           

¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!...




            RESUMEN:
            Es una descripción de los campos de Soria, pero el autor no se limita sólo a describirlos, sino que nos explica cuáles son sus sentimientos ante ellos. Parece como si el autor tuviera  que  irse de esos campos tan queridos para él y estuviera despidiéndose de ellos.

            ESTRUCTURA:
            El poema tiene una estructura cerrada, termina como empezó, lo que produce una impresión de dolor, como si al poeta le costara alejarse de esos campos.
            Podemos apreciar dos partes en el poema: una primera descriptiva y una segunda en la que aparece el yo lírico , a partir del verso nueve, en la que aparecen los sentimientos del autor.

           
            COMENTARIO.
            La estrofa utilizada es una de las preferidas por Machado, la silva-romance o silva asonantada (heptasílabos y endecasílabos combinados libremente y con rima asonante “ea” en los versos pares).
            Nada más leer el poema observamos el tono exclamativo que domina todo el texto y que indica la intensa emoción con que el autor mira el paisaje. Igualmente observamos la abundancia de nombres y adjetivos y la escasez de verbos- sólo aparecen traza, siento, sueñan y vais-; incluso algunos de ellos son verbos de estado, de los que no expresan acción; estamos ante el estilo nominal tan característico de A. Machado. El predominio de nombres y adjetivos indica que nos hallamos ante una descripción de rasgos esenciales del paisaje.
Los primeros versos son una enumeración de aspectos del paisaje soriano. Machado parece observarlo con objetividad, como si mirara a su alrededor y nos describiera lo que ve con una mirada descendente (colinas, alcores, roquedas) y con una adjetivación cada vez más apagada (plateadas, grises,  cárdenas). A continuación Machado recurre a una metáfora que utiliza en algún otro poema suyo y que añade connotaciones guerreras (por donde traza el Duero/ su curva de ballesta) y que está anticipando la adjetivación que dedicará después a Soria. El encabalgamiento utilizado por el poeta contribuye a producir el efecto de la curva.
Continúa la enumeración. Los sustantivos (pedregales, sierras) y especialmente los adjetivos insisten en la dureza del paisaje, en la falta de fertilidad de esos terrenos. Las únicas notas alegres están en los caminos blancos y en los álamos del río. Parece que el autor ha seleccionado a propósito los aspectos más duros de ese paisaje.
La enumeración termina con “tardes de Soria, mística y guerrera”. Los dos adjetivos nos hacen pensar en el pasado histórico de Castilla, tierra de místicos y de guerreros. Pero esos adjetivos también están en la misma línea de dureza del paisaje que nos ha descrito.
A partir de aquí aparecen los sentimientos del poeta. Sentimientos de tristeza por el atraso, por la pobreza de las tierras castellanas, pero tristeza causada por su amor hacia ellas. Aquí encontramos el Machado más noventayochista, el que se identifica con el paisaje castellano.
A medida que avanzamos la emoción va creciendo, hecho que podemos apreciar en el uso de exclamaciones que ahora son más frecuentes y en la utilización de palabras que pertenecen al campo semántico de los sentimientos (fondo del corazón, amor, tristeza). La anadiplosis sirve para destacar el sentimiento de tristeza tan profundo que experimenta el autor ante ese paisaje. Éste parece humanizarse, parece soñar. Machado, de carácter soñador, proyecta  a menudo en la naturaleza esta tendencia suya.
Machado va a marcharse de Castilla con los campos de Soria dentro de su alma.
La repetición al final de los versos iniciales es como un volver la vista atrás hacia ese paisaje tan querido, como no deseando separarse de él o como queriendo llevárselo bien grabado en su alma.
            En resumen, parece difícil separar lo objetivo de  lo subjetivo, puesto que Machado ha llevado a cabo un selección de los elementos y ha escogido aquéllos que están más en consonancia con su  alma y con la visión dura y guerrera que tiene de Castilla.
             



Comentario de "Retrato", de Antonio Machado







RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
ya conocéis mi torpe aliño indumentario-
mas recibí las flechas que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y más que un hombre al uso que sabe su doctrina
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard,
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos
y escucho solamente entre las voces una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada;
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-.
Mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo: debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
           
   

RESUMEN:
El poema, como indica su nombre, es un retrato (descripción física y psicológica) del propio autor. Comienza éste hablando de su infancia en Sevilla, de su juventud en Castilla, de alguna historia triste, de sus escasas dotes donjuanescas, a pesar de que ha conocido el amor. Sigue definiéndose como un hombre bueno. Continúa hablándonos de su estética y afirma que le importa más el fondo que la forma y que le gusta conversar consigo mismo. Termina con una premonición que desgraciadamente se cumplió.

ESTRUCTURA.
Las tres primeras estrofas nos hablan de la vida del poeta, de los lugares donde ha pasado su infancia, su juventud, de su historial amoroso y de su ideología. En las tres estrofas siguientes nos habla de su estética y en las tres últimas nos habla de su intimidad, de su trabajo presente y de su pobre futuro.

COMENTARIO:
El poeta nos da un retrato de sí mismo que se corresponde con la idea que tenemos de él. Su infancia en el patio sevillano con el limonero lánguido, su madurez en Castilla y esos casos que  no quiere recordar y que aluden probablemente a su juventud triste, a su amargura vieja.  Achaca su escaso éxito con las mujeres a su poca preocupación por la indumentaria, por ello no ha sido ni un Bradomín (protagonista valle-inclanesco) ni un Mañara (famoso personaje sevillano que tras una vida disoluta, se arrepintió, se hizo fraile y dedicó su dinero a los pobres). Sin embargo, conoció el amor y este sentimiento le pareció grato (“amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario”).
 Ideológicamente se define como revolucionario (“hay en mis venas gotas de sangre jacobina”), auque sus versos no inciten a la revolución (“mi verso brota de manantial sereno”), porque por encima de todo es un hombre bueno.
 Estéticamente se ha formado en el modernismo y en el simbolismo francés (“en la moderna estética/ corté las viejas rosas del huerto de Ronsard”), pero declara que no le gusta el modernismo más superfluo, el de aquellos que sólo buscan la perfección formal (“mas no amo los afeites de la actual cosmética/ ni soy un ave de esas del nuevo gay –trinar). Notemos la puya contra los modernistas a los que identifica con aves del nuevo gay trinar; lo de gay lo utiliza probablemente como referencia a la gaya ciencia, estilo literario que se caracteriza por su dificultad de comprensión, igual que el modernismo; lo del trinar tiene que ver con el canto de  las aves y con la musicalidad modernista.
    Prefiere escucharse a sí mismo, antes que convertirse en un mero imitador (“a distinguir me paro las voces de los ecos,/ y escucho solamente entre las voces, una “). Su actitud hacia esos modernistas vacíos  es de repulsa (“desdeño las romanzas de los tenores huecos/ y el coro de los grillos que cantan a la luna”). Ahora identifica a los modernistas con tenores huecos, cuyos cantos suenan muy bien, pero no dicen nada, y con  grillos que cantan a la luna, debido a la importancia de la música y de la  luna en sus composiciones. Esta actitud crítica se debe a que a Machado le importa más el fondo que la forma y desea que sus versos sean conocidos no por ser clásicos o románticos, sino por lo que digan (“Dejar quisiera/ mi verso como deja el capitán su espada/ famosa por la mano viril que la blandiera/ no por el docto oficio del forjador preciada”).
         Antonio  Machado era un hombre solitario y mirándose a sí mismo aprendió a amar a los demás. Ese comportamiento le lleva a pensar que algún día posiblemente le permita ver a Dios, ya que no hace ningún mal a nadie.
La imagen de pobreza que nos da de sí mismo en las dos últimas estrofas se corresponde igualmente con lo que nos cuentan de él. Podemos percibir un cierto orgullo cuando nos habla de que no nos debe nada, puesto que lo poco que tiene lo ha ganado con su trabajo, en cambio los lectores estamos en deuda con él, ya que su afición literaria no le reportaba ganancias y lo hacía por afición. Especialmente tristes resultan los cuatro últimos versos en los que el autor habla de cómo cuando llegue la muerte (“el día del último viaje”) lo encontrará pobre y dispuesto a ella  (sabemos que Machado murió en Collioure acogido por el dueño de un pequeño hotel). Hace referencia a la mitología cuando habla de la nave, el barco en el que somos transportados de una orilla a otra.
A pesar  de que Machado haya afirmado que no le gusta el Modernismo, en el poema encontramos  características de  dicho movimiento literario, como el uso de serventesios alejandrinos; la alusión a Bradomín, personaje de una de las mejores obras del modernismo español;  el retoricismo con que se refiere a los modernistas; o el abundante uso de metáforas de que hace gala en este poema y que, como sabemos, no son muy frecuentes en su obra.